No quiero albergar esperanza, no quiero sentarme a esperar. Aunque me he permitido mirar hacia atrás sólo para recordar los momentos más felices de mi vida, ver a mi corazón saltando y a mi alma nuevamente fuera del cuerpo, bailando a mi lado, sonriéndole a él.
Y fue tan perfecto que el mundo no lo soportó y le escupió en la cara, puso mis pies en la tierra y me mostró un espejo; mientras su imagen se iba desvaneciendo.
Para evitarme la locura proveniente del dolor de verdad, he utilizado las armas que fui acumulando sin entender nunca el motivo. Utilicé mi cama, mi mente y mi cuerpo. Abandoné el sexo en una caja, en aquella caja naranja y me dispuse a alivianar mi equipaje, regalándose a la Tierra.
Pocas cosas entonces se mantuvieron junto a mí.
Desempolvé el amor fraternal y lo cargué conmigo. Liberé un par de ilusiones y las dejé llorando engreídamente. El miedo insistió en acompañarme, aunque lo he notado cansado. El resentimiento, como siempre, se me escapó de las manos y desapareció de mi lado.
La osadía y la libertad estuvieron mostrándome el camino, son mis guías sin cansancio.
La música nunca sería abandonada. Ni las letras, ni mis sonrisas a quienes cargué conmigo; paradójicamente, para aliviar el peso de mis pasos.
Aunque la esperanza me miraba asustada, decidió acompañarme al mostrarle las fotos de los momentos felices.
Ellos me acompañan ahora. Yo también.
Y así sigo mi camino.