Mantengo algunas manías depresivas y me involucro a voluntad a torturas virtuales periódicas, cuando me descubro bailando un ritmo tétrico contigo de expectador. Creo que es apenas el equilibrio a mi eterna balanza de alegría conminada a regalarse al mundo incomprensible.
Estar igual es estar peor, y yo estoy cambiando, porque aunque reconozco el mayor dolor en mi corazón, mis ojos parecen recuperar el brillo, y las sonrisas se me dejan entrever, entretenidos al compás de este sueño. No sé si ya no importa, no sé si tantas heridas acumuladas dejaron de doler, atendiendo a la teoría evolucionista de Darwin. No lo sé. Estoy triste, es evidente. Pero a diferencia de otras historias, he renunciado fácilmente y he liberado. Pero, sobre todo, creo en el futuro, en un futuro feliz.
Porque el error más grande lo cometí al dejar de creer. Y de los errores estoy aprendiendo a aprender.
Mi última historia triste, convirtió un billete de dos dólares en lo mejor que recibí de alguien que, con labios envenenados, me convirtió en una adicción ficticia. Y disfrutó verme creando castillos, creyendo en sueños que sabía nunca se cumplirían. Más fue la decepción que el dolor, la que me obligó a esconderme en un disfraz, acurrucada en un rincón.
En un rincón del que Carlos con su amor no pudo sacarme.
Y sí, si te odio. Apenas ahora.
Porque fuiste tú quien me engañó con aquel disfraz de amistad. Quien me asustó con aquel abandono inesperado y abrupto. Porque estuvo tu veneno presente en cada palabra y gesto de amor nuevo, carcomiendo mis oídos.
Porque nunca volviste a abrazarme y decirme que todo estaba bien, liberar mi mente y darme un beso en la frente.
Porque sí, me susurraste todas estas noches al oído, que el amor de verdad no existe.
Pero yo volveré a creer.
Este es tu regalo de cumpleaños.