domingo, 23 de mayo de 2010
Despedida
Luego de verle muerto anoche comprendí el sinsabor de la impotencia y la calidez de la tranquilidad. Muerto por completo, sangrándole el corazón en un futuro y con los gusanos apoderándose de su cabeza. Fue un espectáculo horripilante y aunque me impresionó, soñé con un mundo nuevo no hedonista. Desperté y el mundo gris también. Ya no estaban sus palabras suaves en mi oído prometiendo un mundo nuevo. Ya no estaban sus lágrimas secas y sus sonrisas muertas ni sus brazos caídos. Y yo tampoco tenía a nadie a quien cantarle. Sola yo y mi cama aún caliente de su cuerpo.
Sola yo y unos recuerdos enajenados. Cerré los ojos, ni una lágrima más habría de permitirme. Talvez recuerdos cada vez más tenues, pero no dolor.
Porque mientras él existió supo hacerme feliz y yo, agradezco aquel tiempo. Mientras él existió se esforzó por una sonrisa mía y dejó de dormir también por mí. Y no me daba cuenta de que sus respiros se carcomían con el tiempo, no me daba cuenta que sus latidos se apagaban.
Hoy está muerto, no he de llorar más, porque él así no querría que lo hiciera. Sé que él desearía una sonrisa mía, teñida de vino tinto esta vez.
Oré con un fervor desconocido y una fe inventada, la vida no se le había concedido más. Dolió profundamente no ver sus ojos profundos abiertos para mí una vez más. Ni oírle pronunciar mi nombre. Lo extrañé en un instante para toda la vida, le besé la mano fría mientras me tomaban de la espalda para alejarme de él diciendo que estaría mejor. Yo no lo recuerdo, pero me dijeron que enloquecía por momentos, que sentada en un rincón dejaba de ser yo, probablemente para estar en el pasado con él. Yo no lo recuerdo, pero me dijeron que temblaba fuertemente mientras le intentaba dar un beso. Yo no lo recuerdo, probablemente estaba con él en ese instante.
Y la cordura volvió a mí de repente.
Le di un beso en su frente fría y le dejé en paz.
Le extrañaré, aunque no por siempre.
En memoria de un gran amor.