Cuando ese olor me ronda, cuando las noches son eternas y cuando las sonrisas escasean, reconozco el turno del equilibrio. Porque ya no lo he de negar, ni ocultarlo, estoy demasiado triste. No lo digo por piedad, lo digo por necesidad.
Cuando nada importa, y las prioridades se invierten, cuando las canciones duelen, reconozco el vacío. No de alguien, sino tuyo. No de un que, sino de un quien. Tú.
Yo seguiré mi camino sin olvidar voltear para ver si, de casualidad, sigues mis pasos como en los tiempos felices. Y al voltear la mirada, con el corazón desprendido, los pasos me pesen, el aire se enrarezca y los ojos no brillen más. Por tus brazos ausentes, sin tu risa acogedora, tu baile torpe y tus oídos prestos. Tu candidez e inocencia y hasta tus chistes tontos. Tu lujuria deliciosa.
Oh Dios, arranca de mi mente la cordura!
Es tanta la pena que apenas he de poder agradecer por conocerte, si luego de saberte real, he de aceptarte lejos.
El amor no es pecado, y confesarlo tampoco. Es patético lo sé, te repito, nada importa.
Te extraño demasiado.
Y no hay nada que pueda hacer.