lunes, 5 de abril de 2010

Mi zetaésima vez


Lo sé, esta exaltación me es característica, y su fugacidad también. Y repetiré hasta el cansancio que esta vez es diferente, una vez más, como siempre.
Y carece de importancia si en una balanza con lo que siento, lo ubico.
Y he pasado por lo mismo incontables veces, he sentido esa felicidad por igual, pero esta siempre fue instantánea. Ahora, mi teoría no existe, la felicidad puede ser constante.
No es lógico, en absoluto, una mirada nunca fue suficiente. Esta historia no calza con lo que se señala normalmente, las esperas habituales, las represiones para no salir herido, los temores e inseguridades. Es transparente, es pueril como lo soñé y se me insistió hasta el cansancio, con palabras y pruebas, que no existía.
Siendo tú, has puesto un espejo delante mío, y me has enseñado que estuve equivocada al tratar de cambiar y que ser así, es un privilegio. Un privilegio que te permite soltar tus alas, sentir de verdad y vencer el miedo. Un privilegio para vivir en un sueño.
Las coincidencias fueron demasiadas, el encaje instantáneo, y por eso huí de ti, rogando dentro de mí que me siguieras. Fue tu valentía de aceptar el reto, de no temer salir herido a pesar de todas mis conjeturas, lo que sin duda me liberó. Y mi mano que disimulaba mis heridas se mantuvo rígida, viéndote bailar libremente. Las heridas dejaron de sangrar, sólo las cicatrices ahora me recuerdan mi paso por el mundanismo y mediocridad.
Han pasado 44 días desde aquel 20 de febrero en que te vi por primera vez. 44 días hace que cantamos la misma canción, cerré los ojos y me encontré.
Y desde entonces, poco a poco (como me enseñaron) volví a ser yo, sin reprimirme, sin conformarme, sin tener que entender excusas aleccionadas 2 años.
Y así, hoy me atrevo a decirlo por última vez, You are the one.

La canción que me cantaste al oído.