Fue que al mirarme al espejo no me reconocí más, cuando solté un grito sordo. Y los caminos andados me repelían y las personas me desconocían y no respondían mis saludos. Y escapando, realmente me alejaba más de mí. Me internaba como por inercia suicida a un mundo apestoso suponiendo que de eso se trataba vivir. Recolecté experiencias, dolores, alegrías superfluas, miedos y excusas. Buscaba un sentimiento intenso, un contacto directo con la felicidad, el sustento de la vida. El corazón inerte me mostraba mi error. Decepcionada, cubrí con un manto oscuro las cicatrices, las llagas y las marcas de lágrimas pasadas. Sonreía inercialmente a este mundo falso.
Y al sentir tu mano, todo eso terminó. Comencé por creer que no era cierto, por negarlo por temor y afianzarme en mi desastre para no verte el rostro, para que huyas de mí. Y tú, sin embargo, en tu deliciosa inteligencia de vida, pudiste verme en realidad. Pudiste evocar la Rocío abandonada en una caja rosada hace dos años. Y no he podido más, ayer me he rendido a la evidencia.
Y heme aquí, moldeando mi roce con el mundo al que me es imposible dejar de pertenecer.
Y heme aquí con mi libertad, mi fantasía e idealismo, perfeccionando los detalles inconclusos de mi guerra anterior.
Ayer me vi sonriendo perfectamente en un espejo, vi el reflejo que tanto extrañaba, libre de heridas y llantos. Y a mi lado estabas tú, tú siempre tan tú, adictivo, delicioso, inimaginable y real a la vez!
Ayer volví a mí y me encontré contigo.
Y me fue imposible cuestionar la felicidad.