Para compensar las alegrías tan intensas y abundantes, ese regalo diario que se me entrega sin mezquindad; existió este día.
Y aunque es necesario mantenerse cerca del equilibrio emocional para evitar llantos innecesarios con el riesgo de no reir nunca con el corazón, mi siempre característico miedo de psicología condicionada me inclina paradójicamente por los extremos. Y caro he de pagar esos orgasmos emocionales en días como este.
Días en los que no sonrío y se oprime mi pecho en un tiempo cansado. Días como este, sin sol en el cielo, sin arena en los pies, sin nubes deformes caprichosas, sin abrazos y sueños rotos desperdigados por doquier.
Y no me alcanza la vida para explicar esta tristeza. De renuncia y aceptación. O talvez de ridiculización y sometimiento a la banalidad inexorable. Puede ser, las siento tan cerca nuevamente. Rondan disimuladas y burlonas, luego me susurran al oído mis memorias demacradas.
Ha de ser la cuenta por la felicidad efímera que me regalaste, a la que acepto como robada, en realidad. Y es que algún día debía de abrir los ojos y dejar de contarle historias a mi corazón.
Por las postales no recibidas, por los cumplidos no oídos y los sentimientos inventados. Por las esperas eternas y la paciencia no recompensada. He llenado un vacío mediocremente, apenas y te he alcanzado para sonreír, para sosegar irrisoriamente tu tristeza, ante mis esfuerzos doblegados. Y estoy exhausta.
En honor a mi fugaz momento de objetividad mental y acallamiento de corazón, he de soltar tu mano y dar un paso.
Sólo que no sé si hacia adelante o hacia un costado, pero con los ojos siempre empapados.