De aquella felicidad, de aquellos besos, y noches compartidas. Nostalgia de los momentos felices que quedaron atrás, cada vez más lejanos y difusos, hasta el punto de dudar de su existencia.
Una vez confabularon en mi locura, y la locura se vengó también, mostrando mi deformidad y mi vulnerabilidad, robando en una noche, mi felicidad.
Siento nostalgia de esos momentos de música en mi auto, en su auto, en mis noches y en las suyas. Noches de bailes públicos desinhibidos y privados lujuriosos.
Aquellos momentos felices, parecen haber consumido toda la felicidad que una persona puede permitirse en una vida.
Estoy sentada, sola conmigo (misma). Y en mi soledad, ella me visita, como cada noche, y me susurra palabras envenenadas, despacito en mis oídos sordos, en mi piel muerta sienta sus manos frias. Y en mis sueños, se acurruca.
Y la droga es el camino más benévolo. Porque cada noche, a solas con ella, dejo de ser yo y todo deja de doler.
Durante el día espero impaciente, la necesidad se apodera de mis huesos, contando las horas y los días para escapar de la nostalgia, asida fuertemente de su brazo.
Y cuando mis pies no sienten el suelo más, duermo tranquila como aquellos tiempos entre sus brazos.
No fue inevitable ni inmediato.