miércoles, 29 de septiembre de 2010

Bienvenida necesaria

Si alguna vez he entendido esta necesidad asfixiante por sentarme a escribir fruslerías mundanas para los ojos cotidianos, es en momentos como estos en los que parece ser una obligación invisible como lo es el respirar. Descubro que son sólo maneras ficticias de escapar a aquel reflejo en el espejo siempre burlón y objetivo. Siempre con aquella sinceridad perturbadora.
Me ha costado mirarle de frente y al intentarlo he cerrado los ojos y cantado en voz alta para no oírle. Para no recordar sus palabras agrias me refugié en diversos brazos que con miel me empalagaron algunos segundos y me empujaron nuevamente hacia él.
Pocas veces le sostuve la mirada sin llorar. Le pedí benevolencia regalándole medallas, trofeos y sonrisas; le embriagué muchas veces y lo colmé de lujuria por momentos. Y a la mañana siguiente, fresco como siempre me invitaba a acercarme con la misma crudeza de tormento.
Esta mañana me senté frente a él. ¿Quién era yo? ¿Qué quiso decirme todo este tiempo ayudado por unos sueños? Largamente contemplé mi imagen.
Mis defectos, los años mostraron algunas huellas, el corazón se entumeció por momento. Mi imagen, lo que el mundo de mí veía, mi interpretación para algunos sentidos se resumía en aquella forma. Pero más allá, como se ve cuando se presta atención, estaba siempre luchando con los pies fríos y el cuerpo temblando. Daba un paso más. Esperé dos días, eran necesarios. Dos días de preparación, la numerología no tenía poder alguno esta vez, excepto paradójicamente el que le otorgaba para su propia aniquilación. Comenzó el día nuevamente. La oportunidad de 24 horas infinitas, de los que la vida parece burlarse.
No sé si el tiempo se perdió, algo de todo debí haber aprendido. No sé si es algo tarde. El espejo sigue inmutable a este crecimiento, y no duda en repetírmelo sin mezquindad. No es una molestia mirarlo de frente, ni es necesario embriagarlo ni mentirle con palabras lujuriosas o pueriles. Los años no han pasado en vano.
El materialismo desaparece por momento, es esta exaltación un nuevo distintivo del elegido, de aquel regalo que nos da la libertad. La elección. Esta vez, es más difícil y mi soledad es la preparación. Es la fiesta previa, es el consuelo de la libertad completa, para complementarla con la elección de aquella persona que ha logrado exactamente observarse en el espejo sin necesidad de contarle mentiras.
Y esa mano cabe exactamente en la mía. Ni una pizca menos exijo de la vida.