Decir adiós y muchas gracias.
Aceptar mi error y pedir disculpas, sobre todo a mí.
Cerrar puertas, abrir otras. Decirte "te quiero", pasear en bicicleta y seguir mi camino, cantando.
Para compensar la alegría que todo el día me inunda, sin maltratar el corazón.
No he de justificarme, es muy tarde para eso; pero he aprendido y te agradezco. Te agradezco porque me enseñaste en silencio, con una paciencia quimérica, compartiste tu experiencia conmigo y tomaste mi mano para cuando cayera.Me mostraste un espejo burlón, y mi reflejo me escupió en la cara, luego carcajeó estrepitosamente con el ademán inconfundible de silencio.
Y eso he aprendido, a callar y a escucharme para devolverle su labor a mi perezoso criterio. Ahora he entendido tu punto de vista, justificable además, aunque no único ni irrefutable.
Estoy cediendo sin negarme a mí misma.
Y estoy aprendiendo a ser egoísta con nuestro mundo fantástico, confiando sin cuestionamiento en tus ojos claros.
Y lo que aprendí antes de conocerte, no a golpes esa vez; fue que todo es posible.
¿Me permites enseñarte?